viernes, 4 de febrero de 2011

Injusticia...

Presa del insomnio, dirige su mirada cristalizada, hacía el rocío que cubre el ventanal. Una densa neblina danzaba por las calles y en su atractivo, se erigían dos torres góticas de 65 y 68 metros de altura. Durante algún tiempo, ya olvidado, lo salvaguardaban monjes de la orden de San Benito. Lugar de descanso de un gran rey, que da nombre a una de las arterias principales de esta longeva ciudad, Ordoño II. Santuario y corazón del casco antiguo, la pulcra leonina, la catedral, se impone sobre el mar de nubes que inunda los entresijos laberinticos de la capital leonesa.



Aunque lleve la mayor parte de mi vida aquí, nunca dejará de fascinarme el encanto que esta ciudad, es capaz de desplegar, a quienes tengan ojos para mirarla.
Abrumado, como tantos otros, en la espiral de una crisis económica, que zarandea sin piedad, a jóvenes y mayores, cobrando la ayuda de 400 euros mensuales, destinado a parados de larga duración y malviviendo en un piso compartido a mis 45 años. ¿Quién me lo iba a decir?
 El trabajo, que antes brotaba a espuertas, ahora había desaparecido, no importaban los años de experiencia, ni su dedicación, atrapado, en cursillos gratuitos de 300 horas, que para nada, representan una oportunidad de futuro, y en frases que se repetían, cada vez con más frecuencia:”lo siento, parece usted una persona cualificada, pero buscamos a menores de 25 años, ya sabe, con esto de la crisis, hay que buscar subvención, lo lamento”. Después de dejarse el pellejo, montando andamios, 20 años. Podía levantar, con una buena cuadrilla, en tan solo dos días, el armazón de acero,  para el edificio más alto de toda la ciudad, pero tampoco tenía valor alguno, ni tampoco la carta de recomendación de una empresa extinta.
Habían pasado casi tres años, desde que la empresa para la que trabajaba, zozobrase en suspensión de pagos, y yo me fuese directo al fondo del saco, de garantía salarial. En aquellos días, aun conservaba un atisbo de esperanza, que fue languideciendo, hasta extinguirse. Salía cada mañana, después de llevar a mis hijos a la escuela, en busca de cualquier cosa que repercutiera, en un ingreso monetario en casa. Hice pequeñas chapuzas, bocanadas de aire salado, que invaden tus pulmones mientras te hacen una aguadilla tus tres hermanos mayores.   Recorría los polígonos industriales, plagados de esqueletos de acero y cristal, inertes y silenciosos. Echaba currículos en bares y tabernas, durante un tiempo, en mi juventud, había pululado por los transitados mundillos de la hostelería. Aunque no servía para pagar todas las facturas acumuladas.



La presión financiera, acabo por dinamitar mi matrimonio, a finales del vigésimo segundo mes en el paro; relación que desembocó en falacias y mentiras, como tantos otros matrimonios; convirtieron la vida del otro, en un infierno. Todo el amor y dedicación, odio, recelo y avaricia son ahora; sin mencionar, la parte proporcional correspondiente a mis hijos, para conseguir la custodia, la casa, y un porcentaje de la ayuda gubernamental. Así transcurría el tiempo, mientras me sentía, como si alquilara a mis hijos un fin de semana al mes.
Este último año ha sido el peor, para conseguir una custodia total de los críos, y aislarlos de mi por completo, interpuso una falsa denuncia por malos tratos. Aun recuerdo con lagrimas, el instante, en el que la policía llamo a mi puerta, Carlos, mi hijo mayor de 16 años, me abrazaba y gritaba de rabia: ”¡es mentira, dejar a mi padre, es mentira!”.



                                                                                                                         Hecate

No hay comentarios: